Finales de los años 50. EE.UU. y la URSS han llevado la tensión de la Guerra Fría hasta las estrellas. El espacio exterior se convierte en un nuevo campo de batalla, un tablero interestelar de ajedrez en el que las dos potencias mueven sus piezas. La carrera espacial es un gigantesco campo de pruebas donde norteamericanos y rusos, a la par que sueñan con poner el pie en la Luna, aprovechan para desarrollar su poderío balístico.
El 4 de octubre de 1957, los soviéticos lanzaban el Sputnik-1, el primer ingenio espacial de la historia, aunque apenas consistiera en una esfera de aluminio de 58 centímetros de diámetro y 80 kilos de masa. Además del salto cualititativo que aquello significaba en el sprint por la conquista del espacio, quedaba también demostrado que sus proyectiles podían alcanzar suelo norteamericano. Pero el carrerón no había hecho más que comenzar. La URSS se había propuesto enviar vida camino de las estrellas, a bordo del Sputnik-2. La elegida fue Laika, una perrilla callejera moscovita, entrenada para la ocasión. Los soviéticos incluso aseguraron que volvería a nuestro planeta en paracaídas. Era mentira, pura propaganda comunista. El cohete en el que viajó Laika era apenas una lata y no estaba preparado para traer a nada ni a nadie de vuelta. La perra intergaláctica estaba condenada a muerte desde su partida. En el despegue, su aterrorizado corazón llegó a alcanzar los 240 latidos por minuto. Un infierno. Un viaje letal. Un periplo dantesco.
Los rusos habían asegurado que se había provisto la nave de diversos modos eutanásicos. La verdad se supo décadas después cuando alguno de los científicos que participaron en los vuelos espaciales confirmaron que la perrilla había muerto unas seis horas después del despegue por estrés y sobrecalentamiento de la nave. Tras Laika, otros doce perros fueron puestos en órbita. Cinco regresaron con vida. La muerte de Laika abrió el camino para los vuelos espaciales con seres humanos. Yuri Alekséyevich Gagarin sería el primero. Quizá, en la inmensidad del espacio, oyó el ladrido de lamento de una perrilla moscovita.
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